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jueves, 16 de octubre de 2014

Planetas imaginarios


Anaximandro en la antigua Grecia y Giordano Bruno en el Renacimiento concibieron que los astros podían ser otros mundos similares al nuestro. Desde entonces nos hemos preguntado cómo serán esos otros mundos, qué veríamos si llegáramos allí.

Soñando con la luna


Galileo Galilei, tras perfeccionar los primeros telescopios, fue el primero en notar y atreverse a afirmar que la Luna tenía montañas, y por tanto que no era una perfecta esfera celestial sino un mundo como el nuestro.


Inspirado por las visiones de las montañas de la Luna, a principios del siglo XVII Johannes Kepler (que formuló las leyes del movimiento de los planetas), escribió la que muchos consideran la primera novela de ciencia ficción de la historia: el Somnium o Viaje a la Luna.


En ella, el protagonista (un trasunto del propio Kepler), llega a la Luna gracias a una buena cantidad de pólvora y a los conjuros de su madre (lo que le valió después a la madre real de Kepler un juicio como bruja).

Los habitantes de la Luna, según la historia de Kepler, se esconden tanto de la furiosa luz diurna como de la larga oscuridad nocturna, saliendo de sus refugios durante el atardecer lunar.


Poco después, a mediados del mismo siglo XVII, Cyrano de Bergerac escribe sus propios viajes imaginarios a la Luna (¡y al Sol!), en los que el protagonista vuela gracias a la dudosa técnica de llevar gotas de roció embotelladas (!). En realidad los viajes de Cyrano no son un sueño más o menos razonado científicamente, como el de Kepler, sino una excusa para analizar y criticar las formas sociales y las ideas filosóficas de su época confrontándolas a una visión utópica, al estilo de lo que hará en el siglo siguiente Jonathan Swift con Los Viajes de Gulliver.





La idea del viaje a la Luna fue retomada por Julio Verne en el siglo XIX, aunque sus personajes no llegan a aterrizar en el cuerpo celeste (sin embargo, atisban restos de civilizaciones perdidas en el satélite terrestre).




Una versión más lúdica del Viaje a la Luna será, a principios del siglo XX, la del pionero del cine Georges Méliès, con sus fantásticas escenas llenas de efectos especiales. 






Sin embargo, por entonces otro astro cercano había sustituido a la Luna como objeto de las fantasías y miedos de la humanidad.

Los canales de Marte


En 1877, durante una oposición en la que Marte estaba cercano a la Tierra, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli observó el vecino planeta con su telescopio, dibujando un mapa de sus observaciones.
  

Schiaparelli interpretó las líneas que veía con su telescopio como canales que podían llevar agua de las regiones polares del planeta a las ecuatoriales, sin juzgar si estos canales eran naturales o artificiales (si existían, debían ser enormes).

Pero fue el astrónomo americano Percival Lowell quien defendió más apasionadamente que los canales de Schiaparelli probaban la existencia de seres inteligentes (con grandes dotes de ingeniería) en el planeta rojo.


Tras construir su propio telescopio a finales del siglo XIX en Arizona, Lowell se dedicó a 'refinar' las observaciones de Schiaparelli y a realizar elaborados mapas de los canales de Marte, sugiriendo que los canales eran artificiales y que había vida alienígena en el planeta.





La apasionada defensa de Lowell, propagada por la prensa, convenció a muchos de que realmente había vida avanzada en Marte. La novela La Guerra de los Mundos de H.G.Wells convirtió esta creencia en los posibles invasores marcianos en una obsesión que duraría varias décadas.






El otro gran propagador de la idea de vida inteligente y belicosa en Marte fue Edgar Rice Burroughs, el padre de Tarzán y otras muchas historias de aventuras. Desde la primera novela de su serie marciana, "La Princesa de Marte", Burroughs capturó la imaginación del público con su Barsoom (el nombre local para el planeta Marte) y las aventuras de John Carter.


Esta novela ha sido llevada recientemente al cine, pero difícilmente se puede capturar hoy la magia que en su momento supuso disfrutar de una representación tan vívida de las aventuras de un terrestre en otro mundo con sus diferentes paisajes, criaturas inteligentes y tecnología.






Mundos de comic


Pero Marte pronto dejó de tener la hegemonía de los mundos imaginarios. El hambre de aventuras fantásticas y los descubrimientos científicos llevaron a la popularización de la ciencia-ficción en la primera mitad del siglo XX en formato de revistas pulp, baratas y con espectaculares portadas que muchas veces tenían poco que ver con el contenido. 

En estas historias eran frecuentes los viajes a otros planetas y los encuentros con sus extraños habitantes:





El rey indiscutible del pulp ilustrado de ciencia-ficción es Flash Gordon, quien se enfrenta al malvado emperador Ming en el planeta Mongo:



Mundos en la edad de oro


Al madurar el género de ciencia ficción tras la Segunda Guerra Mundial, la descripción de los mundos imaginarios y sus interrelaciones políticas y económicas se vuelve más realista.

En la Trilogía de las Fundaciones de Isaac Asimov, escrita a principios de los años 50, el apogeo, declive y reconstrucción del Imperio Galáctico se despliega en diferentes mundos.


El principal de estos planetas es Trántor, cercano al centro galáctico y sede del gobierno imperial. Se trata de un planeta completamente cubierto de construcciones humanas en múltiples niveles. Su detallada descripción en los libros ha dado lugar a multitud de ilustraciones:






El planeta Coruscant que vemos en los Episodios I a III de Star Wars está basado en el Trántor de Asimov, situado cerca del núcleo galáctico. Es el planeta de gobierno de la República (y luego del Imperio), con una gigantesca megapolis que cubre toda su superficie.





El otro planeta esencial en la Trilogía de las Fundaciones es Términus, donde se instala la Primera Fundación, en el borde mismo de la Galaxia:


Su situación es una excusa para crear representaciones gráficas que muestran cómo se vería la Vía Láctea desde la superficie del alejado planeta:





Desiertos planetarios


Uno de los planetas imaginarios más conocidos en ciencia-ficción es Arrakis (también conocido como Dune, término que da nombre a la primera novela de la saga y a la saga en sí).


Con el primer volumen de la serie en 1965, Frank Herbert consiguió para la ciencia ficción lo que Tolkien había hecho en fantasía: crear un mundo imaginario con tanto detalle (su ecología, sus criaturas -los famosos gusanos gigantes-, su política, su religión...) que atrapa al lector inmediatamente dentro de un universo propio.



Al igual que en el mundo de Tolkien, nos encontramos con lenguajes propios, razas extrañas y una extensa mitología llena de poderes y lugares inolvidables. La publicación de los mapas originales de Dune contribuyó a convertirlo en un mundo casi real:




Imaginaos viajando a este peligroso y fascinante mundo:


Dune se convirtió en la madre de todos los planetas desiertos. Siguiendo la estela de Herbert, otras historias utilizaron también la dureza de un mundo árido y desolado como lugar de nacimiento o de evolución de sus héroes. Un ejemplo obvio es el Tatooine de Star Wars:





El tópico de un planeta desértico abrasado por su sol se llevó a un nuevo límite en la primera parte de la saga Las Crónicas de Riddick, adaptada en la película Pitch Black:



Un mundo que intenta comunicarse


Antes que Dune, en 1961, el escritor polaco Stanislaw Lem publicó su obra maestra Solaris. Consistente con su preocupación por los límites de la comunicación y el conocimiento, Lem imagina un inmenso ser inteligente pero aislado en el universo, formado por la totalidad de un planeta oceánico, un gigantesco 'cerebro' tan vasto que los humanos no consiguen establecer comunicación con él. Lo visitantes sufren los intentos de Solaris de comunicarse o comprenderlos, creando seres sacados de los sueños y pesadillas de los terrestres.






Ni la primera adaptación cinematográfica de Andrei Tarkovsky, ni la segunda de Steven Soderbergh, abordaron uno de los temas más interesantes de la novela: cómo el océano de Solaris va creando formas espectaculares de propósito desconocido, como un intento de imitar o crear estructuras vivas y autónomas.







Comparad los trailers de las dos versiones cinematográficas:




En otras novelas Lem nos presenta con situaciones similares: los humanos llegan a un planeta fascinante donde aparecen fenómenos inexplicables, producto de la incomprensión de los propósitos de otros seres con los que la humanidad no consigue comunicarse:



El mundo anillo


El 1970 Larry Niven sorprendió a los fans de la ciencia-ficción hard con un concepto de mundo diferente: un gran anillo que rodeaba completamente a su sol. Las sombras de un segundo anillo interior permitían alternar entre el día y la noche.





En la inmensidad de este Mundo Anillo muchos paisajes, habitantes y sorpresas eran posibles. El siguiente vídeo os dará una idea del impresionante tamaño de este mundo fantástico:






¿Quiénes eran los misteriosos constructores de este enorme mundo circular? Larry Niven ha publicado tres secuelas donde aborda esta cuestión.

Pintando mundos imaginarios


¿Os habéis preguntado de dónde salen las imágenes de los planetas potencialmente habitables que van siendo descubiertos por la misión Kepler y otros programas científicos? No se trata de imágenes reales (estos planetas están demasiado lejos para captarlas), sino que como otras imágenes astronómicas de divulgación, revistas, novelas o películas, son obras de artistas especializados.




David Egge es uno de estos artistas clásicos, uno de los que fue utilizado en la serie Cosmos original para ilustrar los paisajes de otros mundos, incluso aquellos que quizás albergan otras formas de vida:




Don Dixon:







David A Hardy:






Adolf Shaller:






Por último, Lynette Cook pertenece a la nueva generación artistas astronómicos, con un look más digital en sus obras:






Podéis ver más ejemplos de este tipo de arte en http://www.outer-space-art-gallery.com.

Mundos de efectos especiales


Las películas necesitaron desarrollar efectos especiales para poder representar de forma realista otros mundos fantásticos, recurriendo en sus orígenes al matte painting realizado por artistas astronómicos, es decir, a imágenes pintadas de fondo que se superponían a otros objetos.

Uno de los grandes clásicos de ciencia-ficción, Planeta Prohibido, utiliza esta técnica para representar el misterioso planeta y las enormes máquinas de la civilización alienígena desaparecida:







Para llevar la historia de Superman a la gran pantalla, el planeta Kripton tenía que ser recreado fielmente, incluyendo su catastrófica destrucción:






Uno de los mundos más inquietantes de la ciencia ficción cinematográfica es el de la película Alien, una luna que gira alrededor de un gigante gaseoso, donde aparece varada una enorme nave de origen desconocido:



El look de Alien ha sido renovado para su precuela Prometheus, manteniendo el mismo tono:




Uno de los mundos más elaborados es el de Pandora. Como el mundo de Alien, se trata también de una luna que gira alrededor de un planeta gigante, al igual que la luna de Endor (el mundo de los Ewoks) en Star Wars.

James Cameron tuvo mucho cuidado en recrear la geología, fauna y flora, y habitantes nativos de esta fantástica luna.





En Melancholia, una película con imágenes 'impactantes', Lars von Trier recrea el fin de la Tierra por la colisión de un enorme planeta:




Si creáis vuestro propio mundo imaginario, este proyecto os propone compartir su mapa y disfrutar de los que otros han creado.



Personalmente, la expresión 'Planeta Imaginario' siempre me recordará al programa de televisión del mismo título y sobre todo a su curiosa cabecera, con la fantástica interpretación electrónica que Isao Tomita hace del Arabesco nº 1 de Debussy:



Que sigáis imaginando, hasta la próxima,

    Salvador